Dominó y rinocerontes

La partida de dominó se interrumpió de golpe.

- ¡There 's a rhino! ¡There 's a rhino!

Se calcula que sólo quedan 50 rinocerontes sondaicus (también conocidos como rinocerontes de Java) en todo el mundo, una especie animal que vive exclusivamente en Ujun Kulon, el primer parque natural declarado como tal de Indonesia, en el suroeste de la isla de Java. El último rinoceronte sondaicus que vivía en cautividad en el zoo de Adelaida, en Australia, murió en 1907, y en 2010 se extinguió definitivamente la reserva que había en el Parque Nacional de Cat Tien, en Vietnam. Incluso para los guardas forestales del parque de Ujun Kulon, hombres formados y dedicados a preservar esta singular especie de rinocerontes y que se autodenominan rangers, ver uno es un acontecimiento. El que había interrumpido la partida de dominó no era ninguno de esos guardas forestales curtidos en la jungla que nunca se separan de su machete, sino Dino, nuestro guía.

Dino es uno de esos indonesios identificables a primera vista: piel morena, estatura exigua, caminar ágil a pasos cortos, ojos pequeños y sonrisa sin dientes. Un niño grande con una habilidad descomunal para sacar pasta a los turistas y conseguir que, además, le den las gracias. Ha estado haciendo trekkings guiados durante 10 años en Ujun Kulon y nunca ha conseguido ver un rinoceronte. Cuando, ya en plena noche, interrumpió la partida de dominó de los rangers y nuestra pasividad latente de antes de dormir, lo hizo dominado por un impulso que desprendía una emoción que remitía a la ilusión infantil.

La noche antes nos había estado contando su historia, nada monótona ni previsible, llena de pequeñas singularidades. Nacido en Indonesia, había vivido entre 1986 y 1991 en Arabia Saudí, haciendo pasta como taxista. Más tarde decidió volver a Indonesia e hizo raíces en Carita, un pequeño pueblo de costa donde se casó, tuvo hijos y abrió su negocio de oferta de trekkings en el parque nacional. Allí nos recibió, tras su mostrador dispuesto a vender la enésima caminata a turistas europeos con ganas de decir que han caminado por la selva. Tras regatear con una habilidad discutible, nos dejamos convencer por un precio ligeramente inferior al que él nos había sugerido de entrada. Dino es de aquellas personas que siempre sale ganando sin tener que esforzarse mucho gracias a su aire despistado. En menos de tres días se olvidó en diferentes sitios la mochila y el tabaco, y se coronó olvidándose los zapatos en plena calle antes de subir a un autobús. Aparecía de golpe y nos preguntaba, al igual que un niño pregunta a su madre, si habíamos visto sus cosas, lamentándose de no recordar dónde las había dejado. Es complicado buscar una confrontación con alguien así aunque sientas que te está estafando un poco, y aún más si se pasa el día riendo y queriendo saberlo todo sobre la vida española y la europea. Sus preguntas presuntamente inocentes tenían momentos de lucidez, como cuando nos preguntó por qué todos los occidentales se emborrachan cuando se quieren divertir.

Por eso no nos sorprendimos cuando nos vino muy alterado, como cuando un niño encuentra una huella de camello en su casa tras la noche de reyes, a decirnos que había un rinoceronte. Estábamos haciendo noche en un lugar que ellos llaman ranger house, una especie de refugio libre en medio del parque natural que estaba muy cerca del mar, donde parecía que alguien hubiera removido los elementos para crear la postal perfecta combinando a la perfección las palmeras, el azul del mar y la masa verdosa de la selva. La caseta tenía diferentes habitaciones y el problema era elegir la más deprimente, ya que todas tenían somieres de madera rotos y carcomidos, las ventanas rotas o directamente inexistentes y un dedo de suciedad en el suelo. El detalle de las ventanas es especialmente relevante cuando se duerme en una selva donde, en teoría, hay rinocerontes, serpientes pitón, pumas, lagartos de dos metros y una fauna infinita de insectos, algunos sedientos de sangre, como los mosquitos que pueden transmitir enfermedades poco llevaderas como la malaria o la encefalitis japonesa.

Hacia las 19h ya habíamos cenado toda la expedición (los tres turistas, el guía y nuestro ranger particular, una bestia de la naturaleza de menos de 50 kilos llamado Sabana) y estábamos haciendo tiempo para no ir a dormir a una hora que normalmente asociamos a la merienda. El aviso del rinoceronte no estaba del todo justificado, ya que Dino no lo había visto sino que lo había escuchado muy cerca, calculaba que a diez metros del comienzo de la espesura de la jungla. En el momento de la interrupción alocada, los 10 rangers que habían ido apareciendo durante el día y que se dedicaban sobre todo a la preservación de los rinocerontes, unos hombres lo suficientemente altos para la discreta media indonesia, se habían juntado en la sala más grande de la decrépita ranger house. Al principio nos sorprendió, ya que desde fuera de la casa se oían una especie de latigazos que estallaban cada pocos segundos, como si estuvieran jugando a darse bofetadas en la cara o golpearan el suelo con una cuerda. Cuando nos acercamos vimos que estaban jugando al dominó.

Agrupados en corros de cuatro, todos ellos con la luz de sus frontales removiendo y tirando las fichas, que no eran de plástico duro como las que solemos ver en los bares de nuestro sino de cartón, como suelen ser las fichas del Memory. Todos tenían un puñado de caramelos que iban pasando de mano en mano dependiendo del resultado final de la partida, y aliñaban el juego con gritos, risas y sorbos de te o café de sobre. Apostaban con los caramelos al dominó como quien apuesta con dinero o con las fichas en el póker. Se notaba que era una dinámica habitual, porque el Sabana se había añadido con naturalidad y Dino no, por lo que estaba claro que era un ritual de los rangers cuando dormían en medio de la selva para pasar el rato. A veces la fiesta se regaba con algo más animado que el café de sobre, una bebida local muy popular en Java y Bali: el arak. Es un destilado hecho con arroz que se suele vender de manera artesanal, envasado en botellas de agua recicladas y que asegura noches memorables. Aquella noche nadie tenía alcohol y tampoco parecía que lo echaran menos.

En toda la isla de Java es habitual ver a adultos jugando en la calle, y el ajedrez, las cartas y el dominó son una práctica habitual en las reuniones de amigos masculinas. Muchos hombres que tienen negocios ambulantes o a pie de calle pasan muchas sin nada que hacer y se juntan para hacer un poco más estimulantes las horas en las que la clientela escasea, sobre todo durante los mediodías insoportables donde el calor deja las calles desiertas. Los deportes son también un lubricante social de primer orden en Indonesia, donde ha llegado la obsesión por el fútbol y presumen orgullosos del alto nivel de sus jugadores de bádminton y voleibol.

Cuando oyeron el grito de Dino todos los rangers se levantaron de golpe y arrancaron a correr hacia la parte posterior de la ranger house, la que daba directamente a la selva. El sonido del rinoceronte era fácilmente identificable entre el susurro de la noche, donde todos los insectos y animales varios sacan su repertorio musical al mismo tiempo en una sinfonía descontrolada y monótona. Por encima de este mantra sonoro se oía una especie de respiración afónica, una especie de suspiro que los rangers identificaron como una cría de rinoceronte. Acercarse hubiera sido inútil, ya que el animal hubiera huido en medio de la frondosidad de la noche del parque natural. Todo el mundo se quedó en silencio durante medio minuto, escuchando aquel suspiro ronco como si fuera una revelación divina. Luego ya llegaron las anécdotas, y las preguntas a los rangers sobre cuántos rinocerontes habían visto durante los años que llevaban trabajabando en Ujun Kulon. Poco a poco todo fue volviendo a la normalidad, esa respiración ahogada de la cría de rinoceronte desapareció y las partidas paralelas de dominó se reanudaron. Así nos dormimos, sintiendo como las fichas de cartón estallaban contra el suelo, escuchando las burlas de unos a otros cuando perdían y el acompañamiento de los sorbos de té y café de sobre a la luz tenue de las linternas que venía del habitación de al lado.

Texto: Oriol Soler

Fotografías: Ferran Gonzalvez y Oriol Soler

Volver