Deben existir pocas carreras más completas que la de Salvador Alsius (Barcelona, 1948) en el mundo del periodismo. Ha ido desde el reporterismo de barrios hasta el decanato del Collegi de Periodistes de Catalunya, pasando por la dirección y conducción de los primeros informativos de TV3 y la presentación de concursos. Nos cita en la Facultad de Comunicación de la UPF, y nos instalamos en un plató de televisión de la redacción integrada, que él mismo parió, para recordar viejos tiempos. Se establece un nuevo record en mi grabadora: 1 hora y 27 minutos de entrevista en los que el juego y su relación con el mundo de la cultura y la comunicación toman el protagonismo principal.
Has tocado todos los estadios del periodismo. ¿Existe una fluctuación entre todos estos ámbitos? Al fin y al cabo todo es periodismo.
La verdad es que es una gran suerte haber podido ejercer el periodismo en tantos ámbitos. Eso se puede leer en términos positivos (yo lo prefiero), pero también en negativos, porque al final te conviertes en un catacaldos y acabas sin ser buenísimo en ningún aspecto. Pero a mí siempre me ha gustado más la diversificación que la intensificación, tanto en la profesión como en las aficiones. Pero yendo a la pregunta, antes se hacía una lectura clara: no hay periodista si no hay reportero de calle. El oficio pasaba por la calle, y se decía que el buen periodista debía empezar en sucesos. Creo que mi alma de periodista pasa por aquellos años en los que iba con una Vespa roja haciendo reporterismo de barrios o universidades, de todo aquello que hervía en la Barcelona de principios de los 70’. Era un periodismo combativo, militante, de mover la estaca. Esto se ha ido desdibujando, muchos periodistas no han pasado por esa experiencia. Pero no soy de los que cree que cualquier tiempo pasado fue mejor, creo que ahora las cosas se hacen mejor.
Otra vertiente que tocaste fue la de presentador de concursos. Uno de ellos fue el Blanc o Negre, que consistía en convertir una entrevista en un juego. ¿Cómo surgió la idea?
La verdad es que yo, que venía de la prensa, nunca me había planteado hacer nada en el mundo audiovisual. Primero hice un programa en TVE que se llamaba Memòria Popular. Después vino la etapa de los informativos de TV3, y no tenía ninguna intención de marcharme del mundo informativo. Yo pasaba por ser un conductor que llegaba a la gente, cercano. Tenía una serie de trucos, ¡incluso me escribía dudas, vacilaciones y redundancias! Entonces me propusieron hacer un prime time. Tenían un armario lleno de propuestas de concursos, pero no les gustaba nada. Y traje una idea propia.
¿En qué consistía?
En las clases de inglés a las que asistía hacíamos un juego de laberintos. Y mi idea fue que los concursantes fueran tomando decisiones a lo largo del concurso y escogiendo un camino u otro. Pero eso complicaba la producción y era anti económico, porque la mitad de lo que se había preparado ni siquiera se usaba. Y al final lo reduje a cuatro combinaciones binarias. Un invitado tomaba decisiones sobre una serie de situaciones diabólicas y complicadas, y los concursantes tenían que adivinar cuál sería su decisión, si blanco o negro. No quería la estética de los Juegos Reunidos Geyper, sino un concepto de juego más elegante, de casino. Por eso acabé vistiendo esmoquin, algo a lo que nunca me acostumbré. Los de vestuario me decían que por las mañanas debía vestir de esmoquin y desayunar con él, para acostumbrarme a llevarlo con naturalidad. Evidentemente nunca lo hice. En fin, creo que el concurso era una idea cojonuda, modestia aparte, y los guiones eran fantásticos. Nuestra equivocación fue hacerlo en directo, y la complejidad de la producción hacía que la gente se quejara de que el ritmo era lento. Pero había interacción con el público del plató y el de casa (llegamos a tener medio millón de llamadas), era muy innovador y tuvimos grandes audiencias. No obstante, mis colegas de profesión me hicieron pagar todo el tema del concurso y el esmoquin.
¿En qué sentido?
Después ha habido hibridación de géneros, pero en aquella época los que hacían información eran los buenos, los puros, los nobles. Y los que hacían concursos eran los de la tele comercial, el ocio del pueblo. El hecho de que un conductor y director de informativos pasara a vestir esmoquin y presentar un concurso fue mal visto por algunos compañeros. Cuando tiempo después me reincorporé a la redacción pasé una dura purga.
¿No existe la capacidad de tomarse el juego como una herramienta válida para llegar a las personas y hacer periodismo?
No, en La Caixa Sàvia fue más de lo mismo, mucha gente no lo entendió. Y menos cuando, según ellos, prostituí el mundo de la cultura en forma de juego. Me propusieron hacer un programa divertido para el Canal 33, que se estrenaba. Y yo dije de hacerlo también en forma de juego. Pero el Blanc o Negre había sido algo muy bestia, así que dije de montar una productora y hacerlo desde allí. Y con tres compañeros fundé Cromosoma, la productora que después hizo Las Tres Mellizas. Y desde Cromosoma tuvimos el encargo de hacer La Caixa Sàvia. El reto era hacer un programa cultural entretenido.
¿Y cómo lo hiciste?
Lo que hice fue estudiar a fondo un programa de éxito: el Un, dos, tres... responda otra vez. Estudié los mecanismos que tenía como concurso más allá de la escenografía, y calqué su estructura revistiéndola con elementos culturales. En el Un, dos, tres había azafatas guapas. Yo dije: azafatas guapas. Pero en vez de escogerlas en una empresa de modelos, cogimos extranjeras que hablaran distintos idiomas. Había una brasileña, una irlandesa, una rusa y una holandesa. Y se fluctuaba entre las distintas lenguas, se hacían juegos de palabras con Tísner como árbitro. Y había muchas otras pruebas. La tercera parte del programa consistía en resolver anagramas, decir palabras por aproximaciones… Queríamos que hubiera el elemento de la lengua en un programa cultural. Muchos de esos juegos se han diseccionado y se han hecho con ellos concursos de televisión enteros. Otra prueba consistía en hacerle una entrevista a un escritor. Es decir, en vez de hacerla yo, que es lo que habría pasado en un magacín culturan convencional, la hacían los concursantes. Y eran escritores de nivel: Montserrat Roig, Jaume Fuster…
¿Por qué siempre has tenido esta convicción de que a través del juego se pueden contar mejor las cosas y llegar a más gente?
Hombre, mejor o peor no lo sé, ¡pero llegar a más gente seguro! Un programa de esas características tiene una audiencia muy superior a un programa de libros convencional. En Francia, por ejemplo, se hacía Apostrophe, que presentaba el mítico Bernard Pivot. Era un programa de libros de grandes audiencias. ¡Pero yo siempre decía que en Francia leen los clochard [vagabundos en francés] en las estaciones de metro y las putas en las esquinas! Aquí la gente no lee, y por lo tanto el techo que tiene un programa cultural es más bajo y hay que darlo de forma muy asequible.
Antes hablabas de las críticas que recibiste por La Caixa Sàvia.
Mira, para prepararnos para las críticas hicimos algo muy divertido con la gente de La Cubana. Hacíamos una encuesta a pie de calle que era un gag. Simulábamos que íbamos a ver cómo había sido recibido el programa por los espectadores. Había una putilla, una pareja que salía del Liceu, un tío que se hacía el intelectual… Y estos papeles eran interpretados por actores, y los guiones estaban escritos entre el director de La Cubana, Jordi Millán, y yo mismo. Y allí guionizamos todo lo que yo pronosticaba que se criticaría de aquel programa. Me vacuné ante las críticas, era una forma de decir: yo ya sé todo lo que vais a decirme, pero igualmente creo que este programa debe hacerse así. La vacuna no sirvió de nada, desde el mundo de la cultura me crucificaron. Se creó un clima adverso desde ciertos ambientes culturales, cuando tiempo atrás hubo una serie de editores, productores y distribuidores que decían que teníamos que hacer algo distinto y romper moldes. Y cuando lo hicimos, no lo aceptaron. Por un lado estoy muy orgulloso de La Caixa Sàvia, y por el otro me quedó un sabor de boca horrible, la sensación de haber sido mal entendido.
¿Por qué podemos considerar la literatura, la arquitectura o la pintura como elementos culturales y no los juegos?
Es una buena pregunta. Esto pasa aquí, pero si vas a Alemania allí el juego de mesa forma parte de la cultura. El motivo no lo sé, supongo que es un tema de educación. En este país pasó una cosa: no ha habido una lectura de prensa homologable con otros países, ni siquiera de prensa popular. Nunca se ha implantado del modelo del The Sun, de la prensa amarilla. Aquí la gente pasó muy directamente del analfabetismo a la televisión, y en este tránsito muchas cosas no cabían. Pasamos de ser un país subdesarrollado a estar en manos de la televisión, ¡y además de la televisión franquista! Supongo que hubo ciertos fenómenos culturales que se desarrollaron insuficientemente, y no sé si el juego también forma parte de esa explicación o es falta de promoción o interés. En mi experiencia de la exportación del juego a la televisión lo he vivido en carne propia. Tengo una tercera experiencia muy pequeña, pero que si quieres te puedo contar…
¡Adelante!
Cuando volví a los informativos, después de lo que mucha gente consideró frivolidades, me costó mucho, fue la época más dura de mi vida profesional sin ninguna duda. No puedo decir que me deprimí, pero fue un momento en el que entendí como se puede rodar cuesta abajo. Y diseñé un informativo en el que me inventé un antizáping, una estrategia para que la gente no cambiara de cadena durante la pausa publicitaria. Lo hacían Màrius Serra y Miquel Sesé desde su empresa de crucigramas, y era muy, muy parecido al Enigmàrius que ahora se hace con gran éxito en Catalunya Ràdio. Esto me lo inventé yo el año 1992… Y los compañeros de redacción hacían coña, decían: ¡Mira Alsius con sus acertijos! Hubo una incomprensión total, tuve que nadar contracorriente. El modelo de informativos decayó al cabo de unos meses por diversos motivos, y se acabó la sección.
Eres aficionado a jugar y a los juegos de palabras, sé que eres jugador de Scrabble y otros juegos de mesa. ¿Por qué?
Yo soy lúdico. Tengo la teoría de que la gente tiene una serie de características caracterológicas definidas por una serie de variables. Una de esas características independientes de cualquier otra es ser lúdico o no serlo. No he podido correlacionar esta característica con cualquier otra. De forma que mantengo que ser lúdico es una variable independiente de la personalidad. Eso se demuestra en mi casa: mi hermana y yo hemos tenido vidas prácticamente paralelas, y yo me apunto a cualquier cosa a la hora de jugar y ella siempre ha sido incapaz de aguantar unas cartas o tener delante fichas de dominó. A mí siempre me han gustado los juegos de mesa, desde que era pequeño. Veía un juego, me estudiaba el reglamento, le veía lógica interna…
¿Y qué juegos has practicado más?
En la vida no se puede hacer todo, pero si quieres te cuento mi menú lúdico actual. Desde hace 15 años soy jugador de Scrabble, empecé yendo a la peña que montaron en el bar Queimada Màrius Serra, Oriol Comas, Miquel Sesé… Y desde entonces todos los miércoles por la noche que he podido, he ido a jugar campeonatos en diversas modalidades. No soy la flor y la nata ni ninguno de los diez maestros del Scrabble en catalán, pero estaría justo en la división inferior. Después, desde hace años juego al bridge, pero a nivel casero porque intenté ir a clubs y me sobrepasó la presión. Juego a nivel bajo, y tiene que ver con el eclecticismo versus la especialización de la que hablaba al principio. Ya tenemos que especializarnos suficiente en el trabajo como para especializarnos en el mundo lúdico. Yo prefiero ser un catacaldos, y me ha gustado ser un horrendo jugador de bridge, de tenis… Hay una anécdota muy buena, que se atribuye a un pintor que se llamaba Roig, de los años 30’. Fue a ver la exposición de un amigo suyo y le dijo: ¡lo haces muy mal! ¡Debes pasártelo en grande pintando! Es genial, ese es el concepto: lo hacer muy mal pero te diviertes mucho. Volviendo a los juegos, mi otro juego es muy friki, juego una vez al mes. Lo descubrí hace 40 años. Se lo inventó Martin Gardner, un gran teórico del mundo de los juegos. Se llama Eleusis.
¡Aquí en Verbalia hablamos con Sergi Belbel del Eleusis! Él también es fan, ¿has jugado alguna vez con él?
Sí, ¡he jugado con él una vez en casa de unos amigos comunes! Es un juego brutal, lo descubrí con 25 años con un grupo de amigos, y más tarde oí a Comas hablando de él. Le dije que me interesaba y ahora hacemos una timba una vez al mes. Es un juego muy largo, una reproducción muy fiel del proceso de descubrimiento científico: ensayo y error hasta que descubres la ley escondida. Es un juego sensacional. Se juega con cartas pero no es un juego de cartas, sólo sirven para ver qué está bien i qué no.
Ahora además tienes los #alsigrames, pequeños versos que publicas en Twitter. ¿Cómo surgieron?
Yo de pequeño, en casa, mamé mucha poesía satírica. Un hermano de mi madre tenía mucha facilidad para hacer versos satíricos. Y en casa, a los 8 años, leí una retahíla en la que estaban escritos los versos de mi tío y quedé fascinado. ¡Me los aprendí de memoria! Lo veía como una obra de arte. A mí me encantaba la gramática y diseccionar la poesía, aquello de rima consonante, AABB, o ABBA… Y mira, de mayor he hecho muchas cosas en verso. De hecho, tengo una anécdota buena sobre ese tema. Fui a Olesa a un bautizo y me pusieron una multa flagrantemente injusta. E hice el recurso de la multa en verso.
¿Te sirvió de algo?
¡No me sirvió de nada, porque la multa no me la sacaron! Pero me di el gusto de hacer el recurso en verso. Y los #alsigrames salieron así, vi que Twitter tenía una buena medida para hacer cuartillas o sextetos y me puse a ello en febrero. He hecho uno cada día, ¡no he fallado nunca! Sólo en agosto, que hice reposiciones. Me los van coleccionando los de la Revista Núvol, así van quedando en algún sitio. Hay gente que lo aprecia y gente que lo ve ramplón a más no poder.
Para terminar, te pido que escojas una palabra.
Me habría gustado pensarlo bien esto, no sé si tirar por la vía existencial o el tema lúdico. Me ha venido a la cabeza alcachofa, pero no sabría explicártelo demasiado. Pero mira, ya que estamos aquí en la universidad, te voy a escoger una letra, no una palabra. La ‘Ç’. Ahora estamos en la redacción integrada de la UPF. Aquí se hace producción real para medios reales con los que tenemos convenios. Y la Ç es el nombre que tiene la publicación de la versión en papel que hacen los estudiantes y que cuelga del Avui. La Ç connota catalanidad, aunque no sea una letra exclusiva del catalán, es una letra específica. Los estudiantes se hicieron muy suya esta idea, y por eso la escojo.
Texto: Oriol Soler
Fotografías: Marc Saludes