Najat el Hachmi (Nador, Marruecos, 1979) vino a Catalunya con ocho años y desde entonces no ha parado de reflexionar sobre la identidad. Reflexiones que alguna vez se han convertido en Premi Ramon Llull, como su novela El último patriarca, traducida a siete lenguas. Vive y escribe en catalán, y estudió Filología Árabe para recuperar un pequeño pedazo del sitio en el que nació. Quedamos con ella en la Plaça del Nord del barrio de Gracia, y nos sentamos en una terraza ruidosa y animada, con un enjambre de niños alrededor que han salido a la calle después de su primer día de curso escolar. Najat sorprende con su hablar tímido y pausado, cuando repasando su trayectoria siempre ha demostrado ser una mujer de carácter y sobrada de convencimiento.
En tus libros y entrevistas hablas a menudo de la identidad. ¿Qué elementos la determinan?
Uy, no lo sé. ¿Muchos, no? [ríe] Hay cosas bastante marcadas, como el género (o el sexo, siempre me hago un lío con el término correcto), el lugar de nacimiento, que te puede marcar más o menos… Y también cómo tu entorno inmediato formula los discursos alrededor de ese lugar de nacimiento. Es importante si ese hecho concreto tiene más o menos trascendencia en tu vida: el lugar de nacimiento no tiene la misma importancia para alguien que nunca se mueve de ahí que por la gente que tiene que emigrar. La prueba de eso es que muchas veces hay personas para las cuales el lugar de nacimiento no significa prácticamente nada, pero que cuando emigra, éste se transforma en un elemento importantísimo.
¿Es tu caso?
Mi caso se basa en haber intentado evolucionar un poco a partir de la reflexión y observar todo lo que me ha llegado sobre el tema. He intentado encontrar una solución que a mí, personalmente, me resultara menos conflictiva. En mi caso se basa en tener integrado el origen y su procedencia sin que eso determine nada ni sea significativo. No hay que hacer bandera de ello. Soy más partidaria de proyectar el futuro que de vivir del pasado.
Tus libros tienen mucho que ver con el pasado.
Claro, eso no quiere decir que yo escribiendo no pueda sacar provecho de un material mucho más relacionado con mis orígenes. Pero estamos hablando del terreno literario, donde la mitificación enriquece el relato. En el día a día, yo no estoy de acuerdo con aquella información de ‘quien pierde los orígenes pierde la identidad’. No estoy de acuerdo en parte, los orígenes deben integrarse en uno mismo, los tenemos que incorporar de un modo que formen parte de nosotros sin evidenciarse en cada momento. Esa es la solución que me ha resultado más cómoda. Decidí proyectarme hacia el futuro antes que quedarme estancada en el pasado. Me pareció absurda la idea de vivir en diferido, pensar que era marroquí que otra cosa y pensar que sólo era el país en el que había vivido ocho años de mi vida. Además ese país ya no existe, ya forma parte de la mitificación. Eso, personalmente, me ha permitido ir mucho más ligera. No es verdad que se pueda ser de dos culturas a la vez.
¿Siempre se tira más hacia un bando que hacia otro?
Cada uno es producto de muchos elementos distintos. Esa idea de que tengo dos culturas no la puedo defender. Yo como marroquí soy absolutamente defectuosa, no tengo las características que tendría alguien de mi edad. Eso de las dos culturas es algo que hemos inventado para intentar esconder el conflicto, que existe. Es evidente que para alguien que emigra hay un conflicto identitario.
¿Ese conflicto lo has sentido internamente o crees que se da por la visión que se tiene des de fuera del inmigrante?
Es algo muy individual. El hecho de que muchas personas que tienen trayectorias paralelas les inquiete más o menos demuestra que no todo el mundo lo vive de la misma forma. Lo que sí es cierto es que la familia, el entorno y las políticas que se puedan adoptar (ahora me estoy centrando mucho e la identidad relacionada con la inmigración) pueden ofrecer soluciones y apaciguar el conflicto o pueden hacerlo más evidente y ayudar a que se multiplique. Hay casos muy concretos y suerte que ahora hay más temas de los que ocuparnos, pero los medios de comunicación daban una visión muy sesgada y desproporcionada de algunos elementos. Se daba por sentado que ciertas cosas suponían un conflicto cultural. Por ejemplo: el caso de una niña que llevó el pañuelo a clase. Al tema se le dio una dimensión de gran conflicto, y quizá no lo era tanto. Y aquella niña seguro que le pareció que la situación conllevaba un conflicto cultural importantísimo entre su sitio de origen y el sitio en el que estaba viviendo. Y fue culpa de la repercusión que se dio a una situación que podría haber sido anecdótica.
¿Hasta qué punto las lenguas han sido importantes para ayudarte a sentirte vinculada a los sitios en los que has vivido?
Mira, yo no soy muy dada a aferrarme a elementos patrióticos o a simbologías abstractas. En cambio, me aferré a la lengua des del principio. Llegué a Vic, donde la lengua existía, no era sólo la lengua de la escuela. Y gracias a eso lo vi de un modo distinto. Y en la escuela a la que fui había personas concretas que se convirtieron en referentes para mí. Y al poco tiempo de llegar empecé a leer en catalán. A mí ese hecho, que puede parecer secundario, me supuso (en un momento en el que habíamos cambiado de país y todo era inestable e indefinido) seguridad y refugio. Un sitio al que pertenecer. Lo que pasa es que al mismo tiempo ese proceso vino acompañado de la pérdida de mi primera lengua materna. Por eso te decía que no podíamos decir aquello de que tenemos dos culturas. Es inevitable que cuando eres hijo de inmigrantes seas un parlante peor de la lengua de tus padres. Tienes menos dominio de la lengua, te ves empobrecido y las situaciones lingüísticas se reducen al ámbito familiar, a un entorno muy pequeño.
Y sólo a nivel oral, supongo.
Sí, pero eso no suponía un hándicap muy importante para el amazic. Más bien fue el hecho de perder un entorno rural en el que muchas personas hablaban amazic, que es una lengua muy rica y que había representado a todo el universo rural y la tradición oral. Pasas, sin darte cuenta, de tener una lengua con menos vocabulario y donde cada vez tienes menos agilidad. Te comunicas, pero no de la misma forma que si estuvieras viviendo allí. Además, hay otro fenómeno que a mí me parece muy interesante y que algún lingüista debería estudiar. La gente está acostumbrada a pensar que la inmigración que llega aquí es impenetrable a la influencia de la sociedad de acogida, es una de las falsas ideas más recurrentes.
Pensar que la gente vive igual aquí que en su país de origen.
¡Sí! Pues la lengua bereber que se habla en Catalunya tiene unas características de influencia evidente del catalán y el castellano. Es decir, hay una variedad catalana de la lengua bereber ahora mismo. Y una variedad belga, otra alemana, otra holandesa…
Una lengua que se ha adaptado a su entorno.
Sí, una lengua que recibe influencias de su entorno. Y por ejemplo, es muy gracioso ver cómo se pasan a flexionar en bereber palabras que son de aquí. El otro día miraba vídeos de un programa de humor (ahora se hacen cosas que nunca se habían podido hacer en la televisión oficial marroquí, se emite por Internet) y por ejemplo, usaban la palabra flipar. ¡Flipar! Pero flexionada en bereber.
¿Qué significa ‘flexionada’?
Flexionada significa que coges la palabra flipar y en vez de usarla como verbo en catalán lo usas como verbo en bereber. ¡Era muy bestia! No es que haya influencia solo en los hablantes de bereber de Catalunya, también hay una influencia importante en el lugar de origen.
Más cosas. Tú viviste en un entorno rural en el que dices que tu único vínculo con la ficción eran los cuentos que te contaba tu madre…
Ahora ya no, ¡eh! Ahora todos flipan con los iPhones de última generación.
…para una persona que trabaja con la imaginación, eso potencia la capacidad de imaginar o le resta posibilidades por falta de estímulos?
No, al contrario. Yo creo que tuve el privilegio de vivir con mucha libertad para imaginar durante muchos años. Muchísimas cosas de las que tenía que hacerme una idea no me eran dadas con imágenes. Y las imágenes cuando te entran ya no te las puedes sacar de la cabeza. Aún recuerdo cuando a oscuras, por la noche, yo me hacía la idea de un personaje del cuento que me estaba contando mi madre… Y esa imagen aún la recuerdo. Y creo que el entorno rural es un sitio privilegiado, vives la vida misma en primera persona, nadie tiene que explicarte nada. Yo no me escolaricé hasta los 8 años, y tampoco es un drama.
¿Crees que no es un problema no llegar a la escuela hasta los ocho años?
No hace tanto daño. Nos integrábamos mucho a la vida familiar, sobretodo las mujeres. Claro, estaba estructurado así… Nosotros íbamos con las madres, las abuelas y las tías a realizar sus tareas periódicas, y en todos sitios había mucho conocimiento. Ahora, mezclado con la añoranza y la mitificación, todo eso se ha podido convertir en material literario.
Antes de empezar la entrevista me has dicho que eres una persona antijuegos. ¿Por qué?
No me gusta el juego. Nada. Estoy en contra del juego. A ver, no en contra del juego, las personas que hacen juegos inocuos me despiertan admiración. Y mira que soy de una familia en la que todos querían jugar, pero yo no demasiado.
Pensaba que igual el juego tuvo importancia cuando viniste de Marruecos a aquí, que quizá los juegos tradicionales te ayudaron o perjudicaron en algo.
No. Es que hay juegos que son comunes en todos sitios. A ver, yo jugaba a rayuela aquí y en Marruecos, y el juego es el mismo. Yo me centré más en las palabras, en los juegos con las palabras. Al principio me hacía muchísima gracia y tenía un componente lúdico intentar descubrir palabras que sonaban igual en una lengua y la otra, aunque el significado no tuviera nada que ver. Por ejemplo, me cautivaba que la gente se apellidara Arumí. Arumí en bereber significa cristiano, es la palabra que se usa para designar a cualquier persona que no sea musulmana. Y pensaba: qué gracia, ¡un cristiano que se llama cristiano de apellido! Ahora debería pensarlo, pero encontré muchas similitudes.
¿Jugar con las palabras te sirvió para acercarte a la lengua?
Supongo que sí, que fue un estímulo. Yo, cuando aprendí a leer en catalán, era suficientemente mayor como para ser consciente de mi entorno. Y cuando empecé a leer intentaba identificar las palabras escritas en los carteles publicitarios, las señales, los carteles de la calle… Eso me daba una satisfacción enorme, porque no deja de ser un descubrimiento, descifrar un significado oculto que hasta ahora no podías conocer. Creo que es lo más lúdico que he hecho, pero siempre vinculado con la lengua. Ara, cuando escribes ficción tienes más margen, no tiene que ser rígido y hay un margen de significación que da pie a que el texto sea literario. Las veces que me lo paso bien escribiendo estoy jugando. Pensando que habrá cosas que un lector determinado no va a comprender, que hay otro que llegará por contexto…
Para terminar, te pido que escojas una palabra.
Atzucac. En catalán significa callejón sin salida. No es que el significado me guste mucho, pero la sonoridad es preciosa. Simplemente me gusta como suena.
Texto: Oriol Soler
Fotografías: Sandra Solorzano