Combinar talento y excentricidades es la gran especialidad de Jordi Robirosa (Barcelona, 1958). Excentricidades como coleccionar ediciones del Quijote e inventarse palabras como la ya mítica apostoflant, y talento para retransmitir el baloncesto en Televisió de Catalunya durante más de 30 años consecutivos y haber entrevistado todas las estrellas de la NBA de los años 80 en adelante. Cuidadoso con el lenguaje como pocos periodistas deportivos, ha creado un estilo propio, reforzado por su inseparable analista Nacho Solozábal. Hablamos con él un lunes por la mañana en un Starbucks de la parte alta de la Diagonal que define como su refugio. Cuando llegamos está sentado, con la taza de café vacía y leyendo un libro de National Geographic titulado America Before Columbus. La entrevista, como el buen baloncesto, es trepidante y evolutiva, llena de matices, y se convierte en un juego de precisión.
Me gustaría empezar hablando del lenguaje que usas en las retransmisiones, palabras poco habituales en el ámbito coloquial. ¿Es una decisión premeditada?
Esa es una cuestión muy profunda, porque me interesa muchísimo. A mí el lenguaje, el idioma, me interesa mucho. Es una cuestión premeditada. Yo tengo algo en cuenta: me escucha mucha gente, y de toda esa gente, hay mucha joven. Y me interesa utilizar un lenguaje muy amplio. No anacrónico, jamás utilizo palabras anacrónicas, siempre uso expresiones que están vivas, aunque estén fuera del ámbito coloquial como bien has dicho. Pero yo amo el catalán, es una de mis causas de vivir, primero va mi familia y luego viene el catalán. Y yo me tomo como una misión hacer transmisiones divertidas de un deporte que mira mucha gente joven como es el baloncesto. Yo quiero que mediante esas transmisiones se amplíe el registro del vocabulario catalán. A veces utilizo alguna expresión un poco rara, pero eso ya es un juego.
¿Tienes alguna forma de trabajártelo?
Bien, me lo trabajo en el día a día. Yo hablo bien el catalán y desde siempre lo he hecho con un vocabulario amplio. Me lo trabajo leyendo. Me interesan mucho las cuestiones idiomáticas, leo mucho sobre el idioma. Leo mucho en catalán e intento estar al día de todo, me interesa mucho la gramática y me sumerjo en ella.
Eres fan declarado del Quijote.
¡Totalmente! A mí me gustan los idiomas, hablo distintos idiomas y el castellano me gusta mucho. Yo soy un amante del Quijote total y absoluto. Y sí, soy coleccionista, tengo alma de coleccionista y tengo unas 400 ediciones diferentes del Quijote en más de 30 lenguas. Siempre que voy a sitios diversos (yo viajo mucho por mi trabajo) voy a las librerías. Miro si encuentro Quijotes, cosas varias… Y las compro.
¿Cuál es el más raro que tienes?
Bueno, tengo algunos muy raros. Tengo algunos modestos y otros valiosos. Tengo uno en bretón, uno en ucraniano, que compré antes de que estallara todo... La señora que me lo vendió me dijo que sólo tenían una versión infantil del Quijote en ucraniano, y yo dije ¡lo quiero! Cuando lo tuve en las manos le dije: oye, ¿estás segura que eso es ucraniano y no es ruso? Ella me dijo: ¡Claro que es ucraniano! Le pedí disculpas.
Vamos a hablar de las transmisiones. ¿De qué referentes te impregnaste en tus inicios?
Ninguno. El periodismo deportivo, por desgracia, está mal visto. Tenemos mala suerte, llega a muchísima gente pero está mal visto. A todo eso han colaborado activamente muchos periodistas deportivos, que han convertido el periodismo deportivo en un circo absurdo. Yo he aprendido poco de mis veteranos. He cogido como referencia a los americanos, el tipo de entonación que hago (que es un poco impostada) se parece a la de los americanos. Hago lo que ellos llaman play by play. Utilizo una frase corta para que luego entre Solozábal, pero con una entonación potente. El lenguaje televisivo tiene que ser corto, concreto y conciso. Yo intento seguir esas tres bases.
¿Tú y Nacho Solozábal sois la pareja más consolidada del panorama español?
Sin duda. Yo llevo 30 años haciendo transmisiones de baloncesto, que es un caso único en Europa. Yo conocía a todos los locutores deportivos de Europa, y además no hay ninguna pareja que lleve 18 años consecutivos como yo y Nacho. Piensa que además, por su respiración, yo ya sé cuándo quiere entrar. Y en los partidos de Euroliga estamos a muchos kilómetros de distancia, y hay un delay de 3 segundos. Puede ser que yo esté en Atenas y él en Sant Joan Despí. Yo ya sé cómo tenemos que hacerlo, no hay una pareja tan consolidada como nosotros. A parte de eso, somos amigos. Nos conocemos de hace muchos años y nuestro compromiso es firme.
¿Qué le falta al baloncesto para atraer tanta audiencia como el fútbol?
Es complicado. El baloncesto vivió un momento dulce a finales de los 80 que no se supo aprovechar. Es un problema de dirigentes deportivos. No puede ser que la liga española no empiece hasta el octubre. La liga de fútbol ya tendrá un rodaje de 6 o 7 semanas. Claro, contra eso no se puede competir. Y los mundiales de baloncesto son un palo, obligan a atrasarlo todo y empezamos tarde y con desventaja. A mí el fútbol me gusta mucho, pero el baloncesto es un juego mucho más divertido. Y la mejor liga del mundo está en Estados Unidos, los mejores jugadores se van allí y eso es un hándicap.
A menudo pones la NBA como ejemplo de buen modelo deportivo. Pero, ¿cómo se contrapone su cultura comercial de franquicias contra la cultura de club europea?
Me posiciono perfectamente. Sus clubs son las universidades y el baloncesto es exclusivamente profesional. Nosotros no tenemos un tejido universitario deportivo potente, de hecho no tenemos tejido universitario. Aquí funcionan los clubes, que emocionalmente están muy bien pero que pueden sufrir problemas económicos y desaparecer. La universidad de Memphis jamás se irá de Memphis, igual que el Barcelona jamás se irá de Barcelona. En cambio, los Grizzlies se llaman así y en realidad son unos osos canadienses. ¿Por qué? Porque vienen de Vancouver, y posiblemente pasado mañana se irán a otro sitio y no va a pasar nada. Tú imagina que un señor pusiera un dinero y quisiera llevarse el Celta de Vigo a Cartagena. ¡Es imposible! Se armaría un pollo considerable. Ahí no pasa nada, la gente es de la universidad de Memphis. Quizá en los clubes del Este, como los Celtics o los Knicks es más impensable… A mí el concepto deportivo americano me gusta mucho pero prefiero los clubes, soy socio de bastantes clubes.
Si aplicáramos el modelo americano en Europa moriría el ambiente de las canchas griegas o balcánicas, que tú has vivido en primera persona.
Correcto. Es cierto que yo he estado en Belgrado, Salónica, Atenas… He vivido en primera persona momentos muy duros, han llegado a insultarme de forma muy dura. Es cierto. Pero también es cierto que no me provoca rechazo. Cuando voy a Belgrado y veo el Partizán, eso me cuenta la historia. Recuerdo que la primera vez que fui a Belgrado después de la Guerra de los Balcanes, iba en taxi del aeropuerto al hotel y el conductor, cuando pasamos por delante de la antigua biblioteca, me dijo: eso lo bombardeasteis vosotros.
Vosotros.
Sí, a mí también me ponía en el saco. Me lo dijo en un inglés perfecto. Yo ya me lo esperaba y tenía el discurso preparado, le dije que no todos estábamos de acuerdo. Pero él ya lo había soltado. Y nada, me llevó sin problemas. Le di propina.
Me gustaría, vinculando deporte y juego, saber hasta qué punto crees que es decisiva la competitividad. ¿Es tan vital como parece?
Totalmente. Es una de las cosas que distingue el baloncesto del fútbol: un jugador que sale a la cancha no se puede esconder. Lo cambiarían al cabo de 10 segundos. El nivel de competitividad es altísimo. En cambio un jugador de fútbol se puede pasear por el campo, el año pasado en el Barça tuvimos ejemplos como contra el Valladolid o en San Sebastián… Tu en el baloncesto sales a ganar, no a engañar al personal. Sales a ganar, el deporte es competitividad porque la vida es competitividad. Si tú terminas una carrera, o te apañas o no trabajas. Si no trabajas no vives. El deporte es un reflejo distinto. Hasta en las pachangas la gente quiere ganar.
¿Qué límites tiene la competitividad, hasta qué punto es compatible con la ética? Jugadores como Drazen Petrovic fueron muy criticados por traspasar el límite de la competitividad.
Sí que hay límites. Petrovic los sobrepasaba, tiraba escupitajos al rival, faltaba al respeto. Pero el mundo es necrofílico, cuando un jugador muere en esas circunstancias [Petrovic murió en un accidente de coche a los 27 años volviendo de un partido con la selección croata] se tiende a recordar las cosas buenas del personaje. Petrovic era un competidor enorme, pero no era querido por sus rivales, y tampoco por sus compañeros. Yo tenía una buena relación con él. Era un competidor fabuloso. Había un jugador que se llamaba Dino Meneghin que era durísimo en la pista, pero que fuera de ella era un encanto. Creo que ahora es presidente de la Federación Italiana de Baloncesto. Meneghin jugó hasta los 44 en la máxima división italiana. Llegó a enfrentarse a su hijo, uno jugando en Milano y el otro en Varese. En la primera jugada del partido, Meneghin le dio un codazo en la cara a su hijo.
¿Cambia mucho la percepción de jugadores como Jordan, Magic Johnson o Bird cuando se les trata en persona?
Sí, mucho. Yo he tenido la suerte de hablar cara a cara con todos ellos. Yo siempre he tenido buena relación con ellos, es que los americanos son muy profesionales. Michael Jordan fue durante años el deportista más famoso y mejor pagado del mundo. Y él, si te decía que no a una entrevista, te pedía disculpas. Claro, yo cuando vine aquí decidí que cuando alguien no quisiera hablar conmigo le haría cruz y raya. Pero en general el jugador de baloncesto es muy distinto al jugador de fútbol. El fútbol sale de la calle, el baloncesto de las escuelas, y eso aún se percibe. Por suerte, aún hay jugadores de baloncesto que compran en periódico. El jugador de fútbol… Yo conocí alguno que compraba el Diez Minutos.
Jugadores como Pau Gasol, Ricky Rubio o Navarro te conocen a ti por las transmisiones antes de llegar a profesionales ¿Cómo lo vives eso?
Pau Gasol, en la primera entrevista que le hice me dijo: ¡miro cada semana Basquetmanía! Que es el programa que hacía yo con Lluís Canut. Lo llevo bien, uno debe saber adaptarse a las circunstancias. Hace 25 años los jugadores eran mis amigos, e íbamos juntos a echar una cerveza. Yo tomaba cervezas con Margall, Rafael Jofresa, Villacampa, Audie Norris… Las cosas no eran tan estrictas, y cuando estábamos en Salónica o Tel Aviv tomábamos cervezas con los jugadores. Eran mis amigos, ahora no. Ahora me tienen respeto, pero no iré a almorzar con Ante Tomic, a pesar de la buena relación que tengo con él. Quizá quedan algunos, como Roger Grimau, pero no suele haber relación más allá de la profesionalidad.
Eres el único periodista que viaja con el Barça desde hace 5 años. ¿Qué supone eso?
Mira, un periodista debe saber mucho y contar poco. Es absolutamente necesario, yo voy con ellos en el avión y lo escucho todo. Todo. Y yo eso no lo puedo contar, estoy en un ámbito privado. Entro en el autobús que lleva el equipo del aeropuerto al hotel. Pero claro, o dentro del autobús no siento nada. Me acuerdo que el año pasado decían que Lampe no se hablaba con sus compañeros. Y era mentira, y pude desmentirlo. Para mí es importante hacer las transmisiones in situ. Con Barça, Joventut y Manresa intentamos hacer transmisiones muy profesionales.
Vamos al juego. ¿Cuál es tu relación con el juego?
Yo soy lento con el juego. Me ha sorprendido lo que comentabas antes de empezar la entrevista, que en el centro de Europa el juego está vigente. Juegos como la Oca o el Monopoly son grandes. Lo mejor del juego es que sea conjunto. Empezando por el ajedrez, un juego de gran inteligencia considerado un deporte. La grandeza del juego, cuando yo era joven, era que podía unir distintas generaciones en una misma mesa para pasar un buen rato. Actualmente eso es imposible, con la lectura es imposible, con los relatos de los mayores también. Con la televisión sí, pero no hay interacción. En mi casa comemos sin televisión para poder hablar. Así no nos dispersamos, tenemos interacción y nos comunicamos. Yo con mis hijos había jugado cuando ellos eran pequeños, pero ahora ya no.
¿Tú has jugado?
¡Sí, antes sí! El Monopoly me fascinaba, y el ajedrez me gusta pero no tengo capacidad para ver más allá de una jugada. Admiro la gente que sabe hacer buenas partidas al ajedrez, yo como mucho llego a las tablas. También admiro a los que juegan a damas. Yo también he jugado al póker. ¡Claro, me olvidaba! Pero me gusta el póker con dinero. Hasta que vimos con los amigos que nos desplumábamos los unos a los otros. Hasta llegué a hacer un índice de probabilidades anotando las posibles combinaciones.
¿En las concentraciones de baloncesto se juega?
Los de mi generación jugaban mucho a las cartas. Pero ahora han aparecido las tabletas y los móviles, y es más complicado. Lo que sí que hacen es jugar todos juntos con los aparatos. Habitualmente juegan Abrines, Marcelinho, Hezonja y alguien más. Es un juego conjunto en el que se van matando, no sé cuál es. Y es horrible, porque tengo a Abrines detrás chillando y no me deja dormir. Hace años se hacían partidas de cartas clandestinas en las concentraciones. Jugaban Nacho, Epi… Jugaban a escondidas y si Aíto les pillaba les caía un buen sermón.
Para terminar, y a ver si me sorprendes, te pido que escojas una palabra.
Hombre, yo tengo que decirte la que te esperas, es la que me he inventado y la que ha hecho furor, que es apostoflant. Es una palabra que no está registrada en el diccionario. Pero no puedo hacer dos pasos por Barcelona o Catalunya (y a veces en el extranjero) sin que me la recuerden. ¡Y me gusta! Apostoflant (que yo escribiría epustoflant, parecido a como es en francés) es una palabra genial para el baloncesto. A mí me salió de sopetón en un triple de Jagla que daba la victoria al Joventut contra el Barça en una final de la Lliga Catalana. Es una palabra que yo utilizaba en mi casa, que ya tenía por la mano. En mi casa éramos francófonos, mi abuelo hablaba francés y mi madre también, de hecho conservó la nacionalidad hasta nayor. Era una palabra con la que yo estaba familiarizado. Es genial para el baloncesto: sensacional, fantástico, estremecedor… De hecho, yo creo que debería incluirse en el diccionario porque la usa mucha gente, mucho más que algunas palabras del diccionario. La gente del Institut d’Estudis Catalans menosprecia el deporte y se equivoca. Igual que con el periodismo deportivo, que se desprecia y es la sección más vista de los noticiarios, con el parte meteorológico. Si se han incluido anglicismos que el 85% de la gente no sabe qué significan. ¿Por qué no este? Pero vaya, es una batalla perdida, no pienso ni comenzarla.
Texto: Oriol Soler
Fotografías: Marc Saludes
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